sábado, 21 de julio de 2007

Resignado

Los lunes, miércoles y viernes pasa a retirar la basura. Me enteré por casualidad. Desde el camión de la hediondez lo llamó el chofer: Antes apenas lo había mirado, solo una silueta tosca, cabeza gacha y un bulto en la espalda que más parecía joroba. Sin nombre es igual a no existir. Cuando escuché “Carlos” él recién fue alguien. Y quise enterarme. Me estremecí de sólo pensar en tantos Carlos que no conocía. Podía empezar por mirar sus manos.

Me acerqué la semana siguiente con la propina en mi puño limpio. Sus largas uñas rebasaban mugre, como un refugio casual que anidaba en cada espacio. ¿Uñas? Más bien garras, y si al decir esto no ofendo a ningún animal. Harapos de uñas o uñas vagabundas.

Me quedé paralizado mientras habría su diestra recibiendo mis monedas. Costra dura, espina corva, cola de alacrán, pasaron como subtítulos de una mediocre película de zombies que no asustan por mis críticos ojos. Descripción interminable de estas manos indecentes, descompuestas, aguiluchos, pezuña opaca, uñarada infecciosa; hasta que un ¡gracias patrón! puso fin a este reparto.

¡Gracias patrón!- repitió con su mirada en el suelo. Una pestilente ráfaga de olor me agredió, fétido Carlos. Su boca debe ser tan hedionda como todo Carlos, debe apestar su escobilla de dientes como barrido de callejón sin salida, y los cigarrillos quedan grabados uno por uno y se resisten a abandonar este rincón nauseabundo.

Sus pies los imagino y también veo los dedos violentados por la basura, con uñas monstruosas como sus manos. No quisiera ser su zapato y no quiero ser pisada de Carlos, porque es hediondo, porque la basura es hedionda y porque su trabajo también.

Y partió contento con su bolsa sobre los hombros, siempre mirando el suelo. Parece feliz mirando las piedras, la tierra y algún papel sucio. En las escalas tropieza casi perdiendo el equilibrio, pero esta vez no lo pierde, y sigue rumbo al depósito que espera hambriento, con el motor roncando como insatisfecho de basura.

Carlos, desperdicio es tu sinónimo justo. Dime, al llegar a casa, sin sentido del olfato, ¿no sientes la urgencia de vomitar bajo la ducha tanta basura? ¿No sabes que el olor a excremento está pegado a ti desde que respiras?
En la casa besa con su aliento roto la boca de sus hijos y la boca de ella. Todos aceptan el beso de Carlos y ríen, incluso las bacterias de la putrefacción que le invaden. Están en su ropa, son la escama de su piel, envuelven el hálito gris de su respiración, el pelo parasitado de ellas, también su purulenta lágrima es una víctima.

Impregnado de pudrición, en una mal oliente cama se acuesta con Su basura y con Ella al lado. Carlos hace el amor con Su basura y Ella no tiene orgasmo, lo digo porque puedo adivinar que es así. Tampoco Ella siente asco cuando Carlos expulsa un líquido que moja y chorrea sus piernas.

Hoy es miércoles y no vino. Pregunté por Carlos al jefe de cuadrilla y me dijo que un perro rabioso le mordió una pierna y la basura entró en su carne, algo así como gangrena. Perdió la pierna en un hospital y ya no vendrá por Mi basura.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

solo los ojos sensibles miran la pobreza; yo los llamo "invisibles cotidianos". Me gusto tu cuento; ya son mutantes y no nos damos cuenta?. Hoy la Cenicienta es la ciencia ficción; ningun principe; ni siquiera de clase media; miraría una mujer de este nivel de pobreza... Mucha suerte. Ana

Gilberto Olivares dijo...

Hola Ana!
Me gustaria saber quien eres!
Agradezco tus comentarios, son muy literarios y eso no se encuentra en abundancia.
Un abrazo
Gilberto